80 años después, la aventura comienza en Corea

Mercè es enfermera, aunque ahora se dedica por completo a otra tarea: aprender coreano. Con otras fieles del Opus Dei, se ha ido a vivir a Daejeon (Corea) para comenzar el trabajo apostólico estable en el país asiático. Así relata los inicios.

Hace casi 80 años San Josemaría desdoblaba ante las primeras mujeres del Opus Dei un pliego de papel en el que se reflejaban, a modo de ejemplo, muchos de los diversos trabajos que podrían poner en marcha por todo el mundo: residencias universitarias, actividades de moda, centros de formación profesional...

Hoy ese sueño es también realidad en Corea.

Hace unos meses vine a vivir a Daejeon para impulsar el primer centro de la Obra en esta tierra. Daejeon es una de las ciudades de Corea con más tradición cristiana. De esta zona proviene el primer sacerdote coreano, Andrés Kim Taegon, uno de los primeros mártires del siglo XIX.

Conmigo vinieron otras cuatro mujeres, de Brasil, Filipinas, Argentina y Australia. Dos de ellas proceden de familia coreana, lo cual es una gran ayuda para las demás, porque nos facilita conocer las tradiciones y la cultura de un país que ninguna había pisado antes.

Gracias a Dios, no hemos tenido que empezar la labor apostólica de cero, ya que desde 1988 una persona de la Obra ha viajado cada cierto tiempo a Corea, para comenzar a difundir el mensaje de la santificación de la vida ordinaria.

APRENDER COREANO... CON LAS VECINAS DE CASA


Gracias a la ayuda de una cooperadora que conoció el Opus Dei en Perú, desde septiembre de 2009 tenemos un piso que vamos instalando poco a poco: el oratorio, la vajilla, la decoración... Todo ha sido posible gracias a que una de nosotras trabaja y a que desde diversos países hemos recibido algunos donativos.

Casi todas nos dedicamos por completo al estudio del idioma coreano, ya que tenemos la ilusión de hablar cuanto antes y poder así conocer, compartir y comprender las ilusiones, preocupaciones, intereses y alegrías de las personas que vamos conociendo.

La acogida ha sido muy buena. Ante cualquier necesidad, siempre hay alguien dispuesto a echarnos una mano: para encontrar una librería, un dentista, un lugar para comprar comida u otros artículos a precios económicos...

Yo tengo que agradecer especialmente la atención y dedicación de mis vecinas que, entre otros favores, esta última semana han venido todos los días para conversar conmigo en coreano. Gracias a la ayuda de tantas personas, yo misma me impresiono al ver que, en sólo cinco meses, ahora soy capaz de leer y entender lo que antes no era capaz ni de descifrar.

Dicen que Corea es como un pequeño pueblo que, de repente, se ha convertido en un gran país. Quizá por eso, aunque me estoy sumergiendo en una nueva cultura con costumbres y modos de hacer muy distintos a los que he vivido hasta ahora, me siento siempre como en casa, muy a gusto. Es fácil entablar conversación con cualquiera. ¡De hecho, más de una vez nos han parado por la calle para preguntarnos si estamos hablando ruso!

Además estoy aprendiendo muchísimo: a comer “kimchi” con palillos, a saludar con una reverencia, a poner la mesa al modo coreano, a descubrir cual es la mejor salida de las ocho posibles en el Metro... ¡toda una aventura!

Corea nos ha recibido con la nevada más fuerte en los últimos 100 años: para algunas ha sido la primera vez que han visto la nieve. Hemos aprendido a desatascar la lavadora cuando se congelan las tuberías y nos hemos reído mucho al ver, después de un tiempo en remojo, un jersey acartonado por el hielo, digno de una obra de arte.

LA SOLUCIÓN A UN ROMPECABEZAS

En Corea conviven diversas religiones, por lo que es habitual hablar sobre la fe y da gusto ver que la gente busca la verdad sinceramente. En poco tiempo, ya se ha formado un buen grupo de mujeres que asiste a clases de doctrina católica. Toman apuntes con verdadero interés para poderlo transmitir a sus familias y a sus amigas. Una de ellas me decía: “La fe es como un rompecabezas en el que ahora todo me empieza a encajar”.

Sobre el espíritu del Opus Dei, de ofrecer a Dios el propio trabajo y hacerlo por amor a Él, también algunas mujeres comienzan a apreciarlo. Por ejemplo una profesora de canto lírico nos manifestaba que, ya antes de oír hablar de la Obra, ella había pensado que cantar y enseñar canto a sus alumnos tenía que ser su camino a Dios. Había entendido el Opus Dei sin conocerlo.

Hace unos días hablé con una estudiante de literatura inglesa en el autobús que me lleva a la Universidad. Al explicarle que una hora de estudio bien aprovechada es, como enseñaba San Josemaría, una hora de oración, se le abrían los ojos y no dejaba de repetir: “¡¿Chincha, chincha?!” (que significa “¡¿de verdad, de verdad?!”).

También viajamos con frecuencia a Seúl, la capital, donde viven señoras que ahora cooperan de distintos modos en la labor cristiana que realiza la Obra y asisten a los medios de formación. En diciembre organizamos un curso de retiro al que asistieron ellas y sus amigas.

Antes de llegar a Corea hicimos escala en Hong Kong. Allí conocí a una de las tres primeras mujeres que fueron a Filipinas a llevar el mensaje de la Obra. Entre otras cosas, nos dijo: “Veréis que Dios lo hace todo”. ¡Y así está siendo!