¿Cómo sería la mirada de Jesucristo? Los evangelistas
se refieren con frecuencia a ella y se conmueven. La Sagrada
Escritura está lleno de momentos que describen el efecto de esa
mirada amorosa sobre la gente que le rodea: es la mirada de Dios,
Amor Infinito, que se vuelca con cada mujer y cada hombre. Dios solo
sabe contar hasta uno.
La primera referencia de la mirada de Dios en la
Sagrada Escritura aparece en el Génesis. Allí, el autor sagrado nos
dice que: sexto
día creó
Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y mujer
los creó. Y se
complació con ellos contemplándolos. Esa mirada amorosa sobre la
única criatura amada por Dios por sí misma está plasmada por el
genio de Miguel Ángel en el techo de la capilla Sixtina en la
escena de la creación.
Acabáis de escuchar las palabras de Jesús hablando
sobre el amor, palabras que dirige a sus discípulos cuando acaba de
confiarles el tesoro de la Eucaristía, que acaba de instituir: Como
el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor. Si
guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor. Éste es mi
mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.
Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra
alegría sea completa. No
nos resulta difícil imaginar cómo sería la mirada del Señor a sus
discípulos en ese momento, en el que acaba de instituir el
sacerdocio y la Eucaristía.
El Señor también os mira con cariño, ahora desde
el sagrario de este templo, y después cuando lo alce en mis manos en
el momento grandioso de la Consagración Eucarística.
Y, mirándoos os dice también en esta tarde: que
os améis.
Con esa mirada y con esa invitación os recuerda la
verdad sobre el amor humano que
proclamó, al bendecir a la primera mujer y al primer hombre, y al
afirmar que era algo muy bueno, extraordinario, lo que había creado.
Con esa mirada y esa invitación os recuerda
que la familia humana es imagen de la familia divina (el misterio
trinitario: el corazón de Dios es familia, Padre, Hijo y Espíritu
Santo). Que somos hijos de Dios, llamados a querernos con ese amor
inefable.
Con esa mirada y esa invitación os recuerda
que el amor humano y la familia es el camino elegido por Él para la
mayoría de las mujeres y los hombres. Camino que se inicia en esta
vida y no tiene fin porque la muerte, para el cristiano, no es el
final sino la puerta que le facilita la entrada a la verdadera vida:
la vida eterna.
Con esa mirada y esa invitación os recuerda
que los hijos que tengáis, recibidos como dones de Dios en ejercicio
de vuestra paternidad responsable, son un tesoro extraordinario que
dará sentido pleno a vuestra vida.
El Papa, Vicario de Cristo en la tierra no se cansa
de recordar la verdad natural del matrimonio y la familia, enseñada
por Jesucristo y bendecida con el sacramento del matrimonio: “Unidos
por la misma fe en Cristo, nos hemos congregado aquí desde tantas
partes del mundo para agradecer y dar testimonio con júbilo de que
el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios para amar y que
sólo se realiza plenamente a sí mismo cuando hace entrega sincera
de sí a los demás. La familia es el ámbito privilegiado donde cada
persona aprende a dar y a recibir amor”
Un laureado escritor americano escribía
no hace mucho: “El 22 de abril hará sesenta años que nos casamos.
Eso no es mucho tiempo. Lo es. No lo parece pero lo es. Ella vino con
su familia desde Oklahoma en una carreta cubierta. Nos casamos cuando
los dos teníamos diecisiete años. Pasamos la luna de miel en la
feria de Dallas. No querían alquilarnos una habitación. Ninguno de
los dos aparentaba edad de estar casado. No ha pasado un solo día en
estos sesenta años que no haya dado gracias a Dios por esa mujer. Yo
no he hecho nada por merecerla, puedes creerme” (Cormac
McCarthy. Ciudades
de la llanura).
Este conmovedor testimonio subraya lo esencial del
matrimonio: el amor auténtico, descrito en su carta por san Pablo:
Un amor sincero que lleva a entregarse, a darse, a sacrificarse por
la persona a la que se ama.
Si tú eres mejor, tu amor es mejor. Por eso, crecer
en valores vividos (en virtudes) engrandece el amor. Entre ellas cito
a la humildad (sin ella no hay virtud que se precie), la sencillez,
la compasión. La generosidad, el olvido de sí y el servicio a los
demás. La castidad, que ordena la sexualidad al amor, a la entrega
mutua, a la vida. Y el buen humor y la alegría, porque un espos@
triste, es un triste espos@.
Y ese amor tiene una fuente: Dios mismo que es amor
infinito. Así lo expresa un conocido poeta gallego:
Alguien
que no eres tú, me está mirando.
Siento confundido en el tuyo, otro amor indecible.
Alguien me quiere en tus Te quiero.
Alguien acaricia mi vida en tus manos y pone en cada beso tuyo tu latidoAlguien que está fuera del tiempo, siempre detrás del invisible umbral del aire
Siento confundido en el tuyo, otro amor indecible.
Alguien me quiere en tus Te quiero.
Alguien acaricia mi vida en tus manos y pone en cada beso tuyo tu latidoAlguien que está fuera del tiempo, siempre detrás del invisible umbral del aire
(Miguel
D’Ors)
Y entre mil cartas lo expresa en una misiva una
esposa de treinta y ocho años:
¿Cómo es Dios para mí? Tiene el rostro de mi
marido. Sus rasgos particulares y concretísimos son para mí los
rasgos físicos de Dios. Por eso tengo la convicción de que cuando
lleguemos al Cielo y Dios nos abrace, su rostro nos resultará
enormemente familiar, entrañable. El amor al marido y el amor a Dios
son una misma cosa.
¿Cómo conservaremos el tesoro del amor? ¿Cómo
realizaremos ese proyecto maravilloso que llena por completo nuestros
corazones?
La respuesta es sencilla y profunda: Yendo de
continuo a la fuente de la que procede todo amor humano: Jesucristo.
El Señor no se conforma con miraros con cariño y
deciros que os améis. Os acompaña siempre con su verdad y su vida.
La enseñanza de Jesús sobre el matrimonio y la familia se hace
perenne en su Iglesia en su pastoral familiar. Su vida, su fortaleza
y su gracia residen de modo especial en su Palabra que nos acompaña,
y sus sacramentos, de modo especial, la Penitencia y la Eucaristía.
Os invito a releer la parábola del hijo pródigo y
a reconoceros en ese joven que vuelve a la casa de su padre y se
llena de alegría ante su cariño y su perdón.
Recordad también las palabras de Jesús acerca de la Eucaristía: el que come mi carne tiene vida eterna y yo le resucitaré en el último día.
Es indudable la importancia de la predicación de
los Apóstoles y sus sucesores para enseñar la verdad cristiana
sobre el matrimonio y la familia. Pero una clave esencial para esa
expansión apostólica fueron las familias cristianas. Los paganos se
admiraban al contemplar a los discípulos de Cristo: “mirad como se
aman”. Las familias romanas -con graves problemas, semejantes a los
actuales- recuperaron los valores familiares con el ejemplo y la
palabra de los cristianos.
El Señor espera que, con vuestra vida cristiana, con vuestros deseos sinceros de amor y de fidelidad, con vuestra palabra y con vuestro ejemplo, ayudéis a propagar esa verdad esencial que Él vino a traer a la tierra, sobre el amor humano y la familia, y que no cesa de recordar a través de su Iglesia. Que Santa María Madre de Dios y Madre nuestra bendiga vuestro amor ahora y siempre. Que así sea.