HOMILÍA DE LA BODA DE CRISTINA Y NACHO


Acabáis de escuchar la lectura de las bodas de Caná. El Señor comienza su vida pública con una copa de vino en sus manos brindando por la felicidad de aquellos jóvenes. Con su presencia, expresa el valor que Dios concede a la familia creada al principio de los tiempos, santifica el amor humano y empieza a instituir el sacramento del matrimonio. 

Jesús, que comienza así su vida pública, explicará más tarde la verdad sobre el matrimonio y la familia. Afirmará ante sus discípulos que “el hombre dejará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne: lo que Dios ha unido no debe ser separado por el hombre” y concluirá afirmando que, desde el principio, el amor humano es así. El Señor confirma la verdad natural del amor y explica que, con el sacramento que instituye, convierte la institución natural en vocación cristiana, camino de santidad.

Con todo esto, invitaba a sus discípulos a recordar la enseñanza del Génesis. El primer libro de la Sagrada Escritura,  al referirse al origen del hombre repite por tres veces el verbo crear: “El sexto día Dios creó al hombre. A imagen de Dios los creó, hombre y mujer los creó". Con esta repetición, el Señor nos revela la particular intensidad que el Creador puso en su acción al dar el ser a la criatura humana. Y expresó que el hombre es imagen de Dios y que es la única criatura amada por Dios por sí misma. Y subrayó que esa imagen de Dios se extiende a la familia: imagen  del corazón de Dios que es familia divina: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Al escuchar su enseñanza sobre el amor los discípulos expresaron su perplejidad. ¿Cómo puede ser eso posible si nosotros podemos divorciarnos? Moisés por ley nos permitió repudiar a la mujer. 

Hoy, muchas parejas expresan sentimientos parecidos al oír hablar del matrimonio. ¿Cómo es posible hablar de unidad e indisolubilidad del matrimonio en la sociedad actual? ¿No será éste un modelo trasnochado?

Tras las dificultades que se perciben en nuestro tiempo está la presencia de la ideología de género. Afirman los defensores de ese planteamiento que el género no es algo con lo que se nace. Para  ellos es algo que pertenece a la libre elección humana. A los niños,  a partir de los cinco años, se les enseña ahora que podrán elegir ser mujeres, hombres, homosexuales, bisexuales, transexuales.... todas las veces que quieran. Esta ideología acaba por difuminar y destruir la institución natural de la familia.

Unidos a ella está el relativismo, que niega la existencia de la verdad (los relativistas niegan toda verdad, y se aferran irracionalmente al principio indemostrable y gratuito de que nada es verdad). El racionalismo, que solo afirma como real lo que cabe en la mente humana y niega la trascendencia (¡que pequeño sería Dios si cupiera en mi mente!, podríamos afirmar en ese caso) Además está el materialismo, el hedonismo y el consumismo, que acaban convirtiendo el amor humano en una posibilidad más de disfrute efímero del placer,  con fecha de caducidad: el llamado amor sin compromiso, que –tras visos de sinceridad- quiere decir realmente: te querré hasta que me canse de ti, hasta que el sentimiento dure, mientras me des todo lo que te pida…

La respuesta de Jesús ahora es la misma que entonces: desde un principio el amor humano es así. Es decir desde la Creación es así porque yo lo he diseñado desde dentro para que funcione así. Por tanto,  la situación natural para el hombre y la mujer es el amor humano, la familia.

No voy a contaros ninguna anécdota de tantas familias estupendas que tengo delante de mí, para ilustrar esta afirmación. Me referiré a Francesco Carnelutti, un afamado jurista italiano de los años sesenta del siglo pasado: toda una vida consagrada al Derecho. Le preguntaban en una entrevista qué era lo que más había influido en su brillante carrera. 

Respondió sin vacilar: “Mi mujer. No ha estudiado leyes, no se ocupa de mi trabajo. Pero me llena con su presencia. Se anticipa a mis deseos, intuye mi humor, escucha mis desahogos, encuentra siempre la palabra justa. Por la noche, cuando consulto mis papeles, se sienta a mi lado en silencio al tiempo que realiza una de sus múltiples labores. Aleja la tensión y me da un sentido de seguridad infinita. Sin ella sería un pobre hombre. Con ella me parece poder triunfar en cualquier empresa.

Esa es la respuesta: la mujer y el hombre serían muy poca cosa, si se olvidaran de su familia.

Os digo lo que a mis alumnos de Xabec (colegio de formación profesional valenciano), cuando me expresan su incertidumbre para formar, en el futuro, un nuevo hogar: si vemos que tantos edificios familiares se vienen abajo habrá que esforzarse aún más por construir bien nuestro amor, nuestra familia. Y ayudar a los demás a  que hagan lo mismo.

Eso es lo que dijo el Papa en el inolvidable Encuentro mundial de la Familia, en Valencia, en 2006. Rodeado de cientos de miles de familias de todo el mundo Benedicto XVI afirmó:  “Unidos por la misma fe en Cristo, nos hemos congregado aquí desde tantas partes del mundo para agradecer y dar testimonio con júbilo de que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios para amar y que sólo se realiza plenamente a sí mismo cuando hace entrega sincera de sí a los demás. La familia es el ámbito privilegiado donde cada persona aprende a dar y a recibir amor”

Esa es la clave del matrimonio: amar. Un amor sincero que se manifiesta en la entrega plena del uno al otro.

Nos ayuda a entender esto una anécdota del canciller Bismark.,  célebre estadista alemán del siglo XIX. Al poco tiempo de celebrar su boda, le enviaron a desempeñar una misión diplomática, de varios meses de duración, fuera de su ciudad.

A los pocos días de llegar a su destino recibió carta de su mujer. Ésta le expresaba su afecto y sus dudas: “temo que, en la Corte, rodeado de tantas mujeres bonitas, puedas olvidarte de mí”. La misiva tuvo inmediata respuesta del joven diplomático. Al tiempo que expresaba su cariño Bismark le escribió: “¿olvidas que me he casado contigo para amarte?”

   Hemos escuchado antes el bellísimo canto al amor de la carta a los Corintios. El apóstol traza vigorosamente el camino esencial: el del amor auténtico. Un amor empapado de entrega que brota del corazón de una persona cuajada de valores humanos: “si no tengo amor, no soy más que un metal que resuena …. El amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume, ni se engríe; no es mal educado ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca”

          Nos dice Jesús“¿Fuego he venido a traer a la tierra y qué quiero sino que arda?” Es el fuego del amor con el Dios llena los corazones de todos los que se acercan a Él. Es el fuego del amor de los esposos cristianos que se acercan a recibir la  gracia del matrimonio cristiano. Este sacramento concede claridad para entender el proyecto natural de Dios para todos los hombres y comprenderlo también como vocación cristiana: “Te seguiré Señor -dicen los esposos cristianos- desde mi familia, con mi familia”. El Señor bendice a los esposos y les concede  un cheque en blanco: la promesa de recibir toda la luz y la fortaleza de Dios (la gracia) para que el amor esponsal crezca de día en día y, como fruto de ese amor, se reciban generosa y responsablemente los hijos que Dios se digne conceder. Y también para que sean la luz del mundo para recordar los valores familiares.

         No olvidéis nunca esta responsabilidad apostólica. Al ascender a los Cielos, el Señor deja un puñado de discípulos. Un par de siglos más tarde, los cristianos inundan el imperio romano.

         Es indudable la importancia de la predicación de los Apóstoles y sus sucesores. Pero una clave esencial para esa expansión apostólica fueron las familias cristianas.  Los paganos se admiraban al contemplar a los discípulos de Cristo: “mirad como se aman”. Las familias romanas -con graves problemas, semejantes a los actuales- recuperaron los valores familiares con el ejemplo y la palabra de las familias cristianas.

         El Señor espera que, con vuestra oración, con vuestros deseos sinceros de amor y de fidelidad, con vuestra palabra y con vuestro ejemplo, ayudéis a propagar esa verdad esencial que Él vino a traer a la tierra,  sobre el amor humano y la familia, y que no cesa de recordar a través de su Iglesia.

         Una canción popular francesa dice así: si vas a la guerra reza una oración, si vas a la mar incierta, reza dos oraciones, pero cuando celebres tus bodas, reza todo lo que puedas. Dios concede su gracia respondiendo a nuestra oración. Recemos, pues, con intensidad para que el Señor os conceda: Fidelidad en el amor, recibir los hijos como dones de Dios, educarlos cristianamente, y ser sembradores de paz y de alegría. 

          Empecé recordando el brindis de Jesús por la felicidad de los esposos con un vino divino, fruto del milagro que acababa de realizar.  No sin intención el Señor quiso asociar a su Madre al primer milagro de su vida pública.

          Invoquemos a Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra. Sobrada experiencia tenemos de que Ella no nos deja nunca. En los momentos de dificultad, de tentación y de desaliento no nos abandona. Como en las bodas de Caná, Santa María no dejará nunca de ayudaros.   Con Ella, el agua de vuestra debilidad se convertirá en el amor y la fidelidad que tan fervientemente deseáis ahora. Que así sea.