Inma Shara, directora de orquesta, acaba de recibir el premio «¡Bravo!» de Música que otorga la CEE
Inmaculada Sarachaga es frágil por fuera y recia por dentro, como la música de Mozart. No pierde la sonrisa en ningún momento y asegura estar «abrumada» por un premio que va más allá de lo estrictamente musical.
– ¿Qué supone este galardón para usted?
– Es más que un premio profesional. Es una emoción difícil de traducir, porque atañe al corazón, une lo personal y lo profesional. Me abruma. Siempre me he comportado bajo los cánones de educación que he recibido y de los que me siento muy orgullosa. Y cuando uno sigue las leyes de su corazón, intenta ser coherente consigo mismo y lo ve reconocido en un premio que une la religión y la música, no puede menos que sentir algo muy especial.
– ¿Cómo se puede dar testimonio de fe en una profesión como la suya?
– El mundo de la música no es fácil, pero ningún trabajo lo es. A través de la música se pueden transmitir valores comunes a la religión: es un lenguaje de unidad, de amor, de pacificación. La religión y la música se dan la mano, nos llevan al sentimiento, que es lo que nos moviliza, aunque la razón nos guíe. La música es la herramienta para transmitir lo mejor de nosotros mismos; nos hace pensar en lo que somos y dar gracias por lo que tenemos, nos hace replantearnos los modelos de felicidad. Cuando entramos en la belleza de las grandes sinfonías, nuestra sociedad, que es cuantitativa, hedonista y egocéntrica, descubre la grandeza de esas grandes obras y la fragilidad y provisionalidad de todo lo humano. En la orquesta yo planteo un absoluto mundo de colaboración. El director ha de tener un liderazgo moral, establecer puentes afectivos con los músicos, más que profesionales. ¡Es arte, parte de la generosidad!
– ¿Qué obras o autores le acercan más a Dios?
– Bach es el más grande, cualquiera de sus obras es impresionante. Es la esencia, el pilar de cualquiera que estudie música. Pero Mozart impacta por su visión tan cristalina, inocente, sus acordes tan puros, tanta armonía en sus ataques exquisitos, que hablan de lo celestial, de lo espiritual. Y me apasionan los románticos. Rachmaninoff me vuelve loca. Mendelssohn, Beethoven... En sus obras siempre descubres algo nuevo, porque te estás leyendo a ti mismo. Esa es la magia del clásico.
– ¿Y por qué a los españoles nos da tanta vergüenza cantar en misa?
– Vaya... quizá es porque no tenemos una cultura clásica, coral, como en los países centroeuropeos. Ni grandes autores de música sacra entregados a la composición para el canto, cuando allá ha sido durante siglos, la razón de existir de muchos compositores. En España tenemos una riquísima tradición popular, pero la música clásica no ha impregnado tanto nuestras vidas, nuestra cultura, como en otros países.
– El libro de los Salmos acaba con el número 150 que enumera todos los instrumentos y al final, dos veces, la percusión. ¿Tiene lógica para una directora de orquesta?
– Sí. La percusión es siempre el remate final, la gran expresión de gloria, de liberación, de alegría, sinónimo de celebración, de triunfo. Y eso el autor del salmo lo intuía.
– ¿Se parece la Iglesia a una orquesta?
– ¡Debe ser una orquesta! En ella, todos deben reconocer los intereses propios, la bonhomía, la generosidad, el compromiso.
Sin miedo a mostrar su fe
Shara (Álava, 1972) es una de las más reconocidas directoras de orquesta. La Comisión de Medios de Comunicación Social de la Conferencia Episcopal acaba de concederle el premio ¡Bravo! de música «por su brillante carrera, que la ha llevado a dirigir las más prestigiosas orquestas del mundo y a actuar ante el Papa haciendo, en medio del complejo mundo artístico, confesión pública de su fe, para afirmar que todo lo que hace no es mérito suyo, sino don de Dios».
LA RAZÓN